Psicologainfantilvecindario EL CEREBRO DEL NIÑO: INTEGRACIÓN
EL CEREBRO DEL NIÑO:INTEGRACIÓN
Cuando un niño
pequeño presencia una situación peligrosa (accidente de coche, discusiones de
los padres, caída de la madre...) los padres u otras personas suelen distraer
al niño y ocultarle información de lo ocurrido evitando hablar sobre ello. Esta
actuación por parte de los adultos es altamente perjudicial para un desarrollo
equilibrado del niño. En dicha situación lo adecuado es tranquilizar al niño,
hablar sobre lo ocurrido y dejar que el niño exprese lo que ha sentido todas
las veces que el niño lo necesite hasta que integre su estado emocional con el
cognitivo.
¿Por qué es tan
necesaria esta integración?
El cerebro
tiene muchas partes distintas cada una con su función. Por ejemplo, por un lado,
estaría el sistema reptiliano que nos permite actuar intuitivamente y tomar
decisiones relacionadas con la supervivencia a milésimas de segundo y por otro el
sistema mamífero que nos orienta hacia la conexión y las relaciones. El lado
izquierdo nos ayuda a pensar de una manera lógica y a organizar los
pensamientos para construir frases, y el lado derecho nos ayuda a experimentar
sensaciones y a integrar las señales no verbales. Asimismo, una parte del cerebro
se centra en la memoria, otra en tomar decisiones morales y éticas. Es como si
nuestro cerebro tuviese distintas personalidades: unas racionales, otras irracionales;
unas reflexivas, otras reactivas. De ahí, que en distintos momentos parezcamos
personas diferentes.
En este sentido
es necesario para un buen desarrollo ayudar a estas partes a trabajar bien
conjuntamente, es decir, a integrarlas.
La integración consiste
en coordinar y equilibra las distintas regiones del cerebro. Se trata de ayudar
a los niños a estar más integrados para que puedan usar su cerebro de forma
coordinada. Cuando los niños no están integrados les superan las emociones,
están confusos y actúan de manera caótica. No son capaces de responder de una
manera sana y competente a las situaciones a las que se enfrentan. Las pataletas,
las crisis, la agresividad y casi todas las demás experiencias desafiantes para
la paternidad y para la vida son el resultado de una pérdida de integración también
conocida como des-integración.
Es necesario que
los niños estén integrados horizontalmente para que lógica del hemisferio
izquierdo pueda trabajar bien con sus emociones del hemisferio derecho. También
es necesaria la integración vertical para que las partes situadas físicamente
en una parte superior del cerebro que le permite ver sus propias acciones de
una manera reflexiva trabajen con las parte inferiores, más relacionadas con el
instinto, las reacciones viscerales y la supervivencia.
Los últimos
avances de la neurociencia han permitido ver demostrar que el cerebro es
moldeable, cambia a físicamente a lo largo de toda nuestra vida, y no sólo en
la infancia como se suponía. Lo que moldea nuestro cerebro es la experiencia.
Cuando vivimos una experiencia, las células del cerebro (neuronas) se vuelven
activas. La manera en que ciertos circuitos del cerebro se activan determina la
naturaleza de nuestra actividad mental, desde la percepción de sonidos o
imágenes hasta el pensamiento más abstracto y el razonamiento. Cuando las neuronas
se encienden juntas, desarrollan nuevas conexiones entre sí. Con el tiempo, las
conexiones derivadas de su activación conducen a su “reconfiguración” en el
cerebro. Esto significa que podemos reconfigurar el cerebro para permanecer más
sanos y felices. Esto ocurre no sólo en los niños sino a todas las edades.
El cerebro del
niño al igual que el nuestro se está configurando y reconfigurando
constantemente y las experiencias que les proporcionamos a los niños incidirán
enormemente a la hora de determinar la estructura de su cerebro. No obstante,
hay que tener en cuenta que la naturaleza se preocupa de que la arquitectura
básica del cerebro se desarrolle debidamente con una alimentación adecuada, unas
horas de sueño y una estimulación adecuadas. Los genes, por supuesto,
desempeñan un papel importante en la forma de ser de las personas, sobre todo
en lo que se refiere al temperamento. No obstante, los hallazgos en distintas
áreas de la psicología del desarrollo sugieren que todo lo que sucede (la música
que oímos, las personas a las que queremos, los libros que leemos, la clase de
disciplina que recibimos, las emociones que sentimos) tiene una gran influencia
en el desarrollo de nuestro cerebro.
Atendiendo a lo
expuesto, al nacer contamos con una arquitectura cerebral básica y un
temperamento innato pero los padres desempeñan un papel esencial en el
desarrollo del cerebro del niño. Los padres tienen la función de proporcionar
experiencias al niño para ayudarles a desarrolla un cerebro resistente y bien
integrado. En este sentido, los padres que hablan con sus hijos sobre sus
experiencias tienden a tener un mayor acceso a los recuerdos de esas
experiencias; los padres que hablan con sus hijos sobre sus sentimientos tienen
hijos que desarrollan la inteligencia emocional y pueden entender mejor los sentimientos
propios y ajenos. Los niños tímidos cuyos padres cultivan el sentido de la
valentía ofreciéndoles la posibilidad de explorar el mundo con su apoyo tienen
a perder la inhibición conductual, mientras que los niños sobreprotegidos o
lanzados insensiblemente a vivir experiencias angustiosas sin recibir apoyo
alguno tienden a no superar la timidez.
Existe mucha investigación
en el campo de la ciencia del desarrollo y el apego infantil que respalda esta
visión, y los nuevos hallazgos en el ámbito de la neuroplasticidad apoyan el
enfoque de que los padres pueden moldear directamente el crecimiento continuo
del cerebro de su hijo según las experiencias que ofrezcan. El cerebro del niño
se configurará de forma distinta ante experiencias de pasar horas delante de
una pantalla (jugando a videojuegos, viendo televisión, mandando mensajes de texto)
que, ante experiencias de actividades educativas, deportivas, compartir un
tiempo con la familia y los amigos o aprender a relacionarse cara a cara.
Todo lo que nos
sucede incide en el desarrollo del cerebro. Por tanto, es crucial que
ofrezcamos a los niños experiencias que les permitan la integración, este
proceso de deconfiguración y reconfiguración para facilitar a los niños experiencias
para crear conexiones entre las distintas partes del cerebro. Cuando estas
distintas partes colaboran, se crean y se refuerzan las fibras integradoras que
unen las distintas partes del cerebro. De esta manera, están conectadas de
manera más poderosa y pueden trabajar conjuntamente de un mod aún más
armonioso.
Al animar a un niño
a contar una historia traumática una y otra vez le ayudamos a desactivar las
emociones traumáticas y terroríficas situadas en el hemisferio derecho para que
no lo dominen. Al contar la historia se ayuda al niño a centrar su atención tanto
en los detalles objetivos de la situación ocurrida como en sus propias emociones
permitiéndole usar de forma conjunta los hemisferios derecho e izquierdo,
reforzando literalmente la conexión. De no actuar así, quizás el niño podría
desarrollar fobia o su cerebro derecho podría descontrolarse de otra manera,
llevándolo a tener frecuentes rabietas.
Asimismo, la
rivalidad entre hermanos es otra de las cosas que complican la paternidad, al
igual que las rabietas, la desobediencia, las batallas por los deberes, las cuestiones
de disciplina... Estos desafíos cotidianos se deben a una falta de integración
en el cerebro del niño porque su cerebro no ha tenido tiempo de desarrollarse.
La velocidad de
maduración del cerebro depende en gran medida de la herencia genética. No obstante,
la herencia ambiental influye en el grado de integración: En primer lugar,
podemos desarrollar los distintos elementos del cerebro del niño ofreciéndoles oportunidades
para ejercitarlo. En segundo lugar, podemos facilitar la integración para que
las distintas partes se conecten mejor y trabajen de forma eficaz. Con ello,
nuestros hijos no crecerán más deprisa; simplemente los ayudamos a desarrollar las
numerosas partes de sí mismo y a integrarlas. No se trata de intentar
desesperadamente llenar cada experiencia de trascendencia y significado.
Simplemente de estar presentes en la vida de nuestros hijos para ayudarlos a
estar más integrados. Así, progresarán emocional, intelectual y socialmente.
Un cerebro integrado
conlleva una mejor toma de decisiones, un mayor control del cuerpo y las
emociones, una compresión de uno mismo más plena, unas relaciones más sólidas y
un buen rendimiento escolar.
Una forma de
definir la salud mental desde la integración es la descrita como nuestra
capacidad de permanecer en un “río de bienestar” (Siegel & Bryson):
Imagina un río
de aguas serenas que atraviesa un campo. Ése es tu río de bienestar. Ahí, en el
agua avanzando apaciblemente tu canoa, sientes que en general estás en buenas relaciones
con el mundo que te rodea. Te entiendes a ti mismo, entiendes a los demás y a
tu vida. Eres flexible y te adaptas a cada situación nueva. Permaneces estable
y en paz. Pero a veces, mientras navegas apaciblemente por el río, te acercas
demasiado a una de las orillas. Eso crea distintos problemas, según la orilla a
la que te arrimes. Una orilla representa el caos, donde siente que no controlas
la situación. Necesitas alejarte de la orilla del caos y volver a incorporarte
a la serena corriente del río. Pero no te alejes demasiado, porque la otra
orilla representa sus propios peligros. Es la orilla de la rigidez, que es el
contrario del caos. En oposición a la falta de control, la rigidez es cuando
imponemos el control a todo y todos en torno a nosotros. Nos negamos por
completo a adaptarnos, a transigir o a negociar. Cerca de la orilla de la
rigidez, huele a agua estancada, y los juncos y las ramas de los árboles
impiden que tu canoa avance apaciblemente por el río de bienestar.
Así pues, un
extremo es el caos, donde no existe el menor control. El otro extremo es la rigidez,
donde hay un excesivo control, lo que conduce a una falta de flexibilidad y adaptabilidad.
Todos vamos de una orilla a otra en nuestra vida cotidiana, sobre todo cuando
procuramos sobre vivir a la paternidad. Cuanto más nos acercamos a las orillas
del caos y la rigidez, más nos alejamos de la salud mental y emocional. Cuanto más
tiempo evitamos cualquiera de las orillas, más tiempo pasamos disfrutando del río
del bienestar.
Gran parte de
nuestra vida de adultos puede verse como el avance por estos caminos: a veces
en la armonía de la corriente del bienestar, pero a veces en el caos, en la
rigidez o yendo en zigzag de lo uno a lo otro. El caos y la rigidez aparecen
cuando se bloquea la integración. Todo esto también es aplicable a nuestros
hijos. Ellos tienen sus propias canoítas y avanzan apaciblemente por su río del
bienestar. Muchos de los retos a los que nos enfrentamos como padres se
producen en los momentos en que nuestros hijos se alejan de la corriente,
cuando se acercan demasiado al caos o a la rigidez.
¿Tú hijo de
tres años se niega a compartir su barco de juguete en el parque? Rigidez
¿Se pone a
llorar, a gritar y a tirar arena cuando su amigo le quita el barco? Caos
En ese momento,
lo que tú puedes hacer es ayudarlo a reincorporarse a la corriente del río, a
recuperar un estado de armonía que impiden tanto el caos como la rigidez. Lo mismo
puede decirse de los niños mayores. Tu hija de quinto curso, una niña general
de trato fácil llora histéricamente porque no le han dado el solo que quería en
la obra de teatro del colegio. Se niega a calmarse y repite una y otra vez que
tiene la mejor voz de su clase. En realidad, va en zigzag de una orilla a la
otra, pasando del caos a la rigidez, y sus emociones se han impuesto claramente
a su lógica. Por consiguiente, se resiste con obstinación a reconocer que quizá
otra persona tenga tanto talento como ella. Tú puedes conducirla otra vez a la
corriente del bienestar para que alcance un mayor equilibrio dentro de sí misma
y para que pase a un estado más integrado.
Si ves caos y/o
rigidez, sabes que tu hijo no se encuentra en un estado de integración. Del mismo
modo, cuando sí se halla en un estado de integración, presenta las cualidades que
relacionamos con alguien que está mental y emocionalmente sano: se muestra
flexible, adaptable, estable y capaz de entenderse a sí mismo y el mundo que lo
rodea.
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